¿Qué pueden opinar los hombres sobre el aborto?

POLÍTICA NETA / ERWIN LÓPEZ RÍOS

La primera respuesta aventurada de esta pregunta sería “nada”, acudiendo al argumento de que no es el cuerpo de los hombres el implicado en el acto. No obstante, esto no detiene el torrente discursivo entre las barbaridades proferidas por mis congéneres y las que pasan por estar fundamentadas en una u otra ideología. Estas líneas servirán para dejar entrever uno de esos fundamentos ideológicos, sin dejar, claro está, de volver al campo de remisión.

El filósofo mexicano Antonio Caso decía que el primer origen ideológico de nuestra cultura mexicana es el cristianismo. No es extraño entonces que vivamos en una nación atravesada por las creencias religiosas de manera fundamental. La cuestión de los fundamentos se vuelve muy necesaria para entender algunas cosas que no terminan por suceder: a) vivimos en una sociedad ‘humana’ libre y soberana (la tendencia hacia un Estado responsable), b) la separación del poder de la iglesia católica se dio (no sin problemas y de manera total) en la segunda transformación de México denominada “Reforma” defendida por Benito Juárez, c) no obstante, las cuestiones sobre la vida humana que llevamos siguen unidas a una supuesta divinidad.

El debate sobre el aborto plantea temas que hunden sus raíces en el cuerpo de las mujeres. Sucede que no hay mucho problema con el cuerpo de los hombres que –en una amplia mayoría- sólo engendran y abandonan, -como se ha vivido históricamente. El aborto, o deberíamos decir, el cuerpo de las mujeres, es una cuestión política no sólo porque el feminismo nos haya enseñado que lo personal es político, sino porque existe la necesidad de refundar el pacto social entre las mujeres y el Estado.

En esta historia (creada y narrada también por hombres) se ha venerado de diversas formas al padre, al hombre y a lo masculino. De ahí que se haya instituido en todas las organizaciones institucionales mexicanas esta lógica y quienes no lo notamos es porque existe la identificación con el sistema, en otras palabras, se comparte el mismo delirio masculino del orden del mundo. Y en este orden público, el cuerpo de la mujer está excluido. Es por esto que se presenta como un contrasentido que reclamen algo que les pertenece y, en consecuencia, exista una punición por un derecho a decidir no ser-madre.

Lo que en el cuerpo de las mujeres es una posibilidad –la de engendrar vida- lucha contra el fundamento ideológico de ser-madres resguardando el derecho divino del dador de vida. Como dice la psicoanalista Irene Greiser no se puede concebir que una mujer no desee tener a un bebé simplemente porque no quiere, es decir, no se contempla la otra posibilidad de que [en] una mujer habite un deseo de negarse a ser madre, aun amando a su esposo y sin haber sido violada, o porque esté en riesgo su vida. Pareciera que este orden masculino ordenara (en el doble sentido del término) en las mujeres el deseo de que fueran madres porque “así es”.

Ligado a esa concepción, antes de la discusión sobre la legalización del aborto en México la iglesia católica esgrimía el conocido argumento biológico para seguir defendiendo la vida. Se percibe que detrás de este argumento biológico está el sustrato ideológico con el que existen hondas identificaciones para defender esa vida. Pero lejos se está de realmente defenderse. La preocupación sobre este hecho inició un movimiento político denominado “pro-vida” que atiende únicamente el debate sobre el aborto, más no la cuestión de la vida humana en general, sino los cuerpos y deseos de las mujeres. Luchar por la vida radica en las condiciones objetivas para su desarrollo en nuestra comunidad, incluyendo el derecho al “no deseo” de las mujeres.

Voltear a ver a la vida en concreto conduce a dejar de divinizarla en todos los sentidos y observar que –por lo pronto- estamos solos, unos entre otros con nuestras leyes humanas. Se advierten dos cuestiones a tomar en cuenta: 1) la constitución del Estado en México es permanente modificable, eso refleja la insuficiencia ontológica de nosotros, 2) tanto el Estado como muchos otros temas pueden estar sujetos a distintas significaciones, pero lo que se define en este aparato determina lo que socialmente se admite y se mantiene. La característica del Estado mexicano conserva, como vemos, este legajo religioso como lastre.

Con lo expuesto hasta aquí no queremos señalar que haya “algo malo” en la ideología cristiana o católica, sino que no responde a los intereses de las características de nuestro país desde la segunda transformación en la Reforma en 1861. Lo que un día José María Luis Mora llamara “intereses de cuerpo” puede tener otra lectura. No sólo pueden existir intereses de cuerpo vinculados a grupos de poder, sino a grupos masculinos de poder.

Desde Chiapas, Rosario Castellanos sostenía en 1950 su tesis Sobre cultura femenina para sustentar su grado de Maestra en filosofía que la cultura aquí y allá era el refugio de quienes habían sido exiliados de la maternidad: los hombres (y en última instancia las mujeres decididas a no ser madres). Sin embargo, el Estado ha actuado en una desproporción porque ha sido engendrado en esta cultura a la cual la chiapaneca consideraba como la realización plena del espíritu masculino. El hombre, era que el que tenía los medios para la comunicación con Dios, el que oficiaba sus altares, intérprete de esa voluntad y su ejecutor. La forma de participar en el debate sobre el aborto es abandonar primero ese mandato de ejecución sobre la disposición de la cultura que rechaza el deseo femenino. No podemos ni debemos tener instituciones que respondan en términos de la dominación masculina.

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