Sin “tele” ni internet, la historia de cuatro niños en la capital de Chiapas

Verónica está preocupada por la educación de sus hijos: en el pequeño cuarto que renta en la colonia La Pimienta de Tuxtla Gutiérrez, no cuenta con un televisor, menos con internet para que los pequeños puedan continuar con sus estudios en la nueva modalidad a distancia del programa Aprende en Casa II.

El ciclo escolar 2020-2021 inició este lunes, pero Saraí, Josué y Belinda no han hecho la tarea, porque su madre apenas pudo ponerle saldo al único celular que tienen para recibir las indicaciones de los maestros, por medio del servicio de mensajería WhatsApp. Además, no siempre hay para una recarga: la mayor parte de sus ingresos se va en la renta y en la comida diaria.

Para subsistir, su esposo trabaja en una tortillería donde le redujeron el sueldo, debido a la pandemia de Covid-19; “gana poquito; a veces no alcanza”, asegura la mujer de 26 años, que frecuentemente deja a sus hijos en casa para ir a limpiar otras viviendas y obtener así un extra que sirve para cubrir las necesidades básicas.

La Pimienta no está en una zona rural: es una de las colonias más populares de la capital, cerca del Mercado del Norte y de la Escuela Primaria Federal Unicef, donde sus hijos están inscritos para cursar el primero, segundo y tercer grado de primaria, a excepción de Dalila, la más pequeña, que apenas anda en pañales.

La condición de pobreza que les impide adquirir un televisor y la falta de apoyo de los gobiernos, puede traducirse en una desventaja para estos menores frente a otros niños y niñas que gozan de todas las herramientas para conectarse con la nueva realidad que planteó la emergencia sanitaria.

‒Estaba mejor cuando iban, porque así salían todos bien ‒suelta visiblemente angustiada porque tampoco le han llegado los libros de texto ni tiene las fotocopias que acordaron adquirir los padres de familia de la institución educativa.

Teme que sus hijos se queden atrás, que no pasen el año. “¿Cómo le voy a hacer si no tenemos nada?”, se pregunta en la pequeña pieza donde apenas caben dos sillas y una mesa de plástico donde la familia comparte los alimentos, y donde los niños hacían la tarea cuando había clases presenciales.

Saraí, Belinda, Josué y Dalila son solo una muestra de que el programa Aprende en Casa no abraza todas las realidades del país; no la que viven cientos de niños, niñas y adolescentes en Chiapas, no solo en las comunidades indígenas; también en las ciudades. En la capital.

‒Lo único que pido es una ‘tele’ –suplica Verónica ‒para que mis niños puedan estudiar.

TEXTO: ITZEL GRAJALES

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