Una idea errada de Andrés Manuel

ERWIN LÓPEZ RÍOS

La primera impresión de esta frase es generar una pregunta, ¿solamente una? Lo que describiré forma parte de la praxis política cotidiana. No obstante, veremos hasta dónde llega o a dónde ha llegado. Se trata del pacto social que ha establecido el actual presidente de México, una idea contractualista que está en la base de posibles errores a cometer en el futuro y en nuestro presente.

En repetidas ocasiones Andrés Manuel López Obrador ha hablado de “un pueblo bueno” o de “un mexicano bueno y trabajador” capaces de devolver la fuerza necesaria al pueblo de México, ¿quién estaría en contra de esa idea? Sin embargo, los detractores suelen mofarse del “pueblo bueno” porque saben que eso constituye una falsa idea, o como dice una feliz idea filosófica “una falacia”. Con la misma frecuencia ha dicho “el ser humano es bueno por naturaleza, nace bueno, es la sociedad la que lo corrompe”.

La idea es quizás tan vieja como el pensamiento político mismo, se concentra de manera puntual en las teorías del pacto social como las de Jean-Jacques Rousseau en su obra Emilio. Ahí sostiene Rousseau que “no hay perversidad original en el pecho humano; no se halla en él un solo vicio que se pueda decir cómo y por dónde se introdujo. La única pasión natural del hombre es el amor de sí mismo, o el amor propio tomado en sentido lato”.

Del amor se pasa a la felicidad, ésta última se mencionó en el 2° Informe citando a Adam Smith en su segundo informe de gobierno. Deseamos, según estas ideas, “naturalmente” tanto nuestra felicidad como la del otro. En más de una vez el presidente ha sostenido que es creyente, como la mayoría de los “buenos” mexicanos. Esa creencia compartida hace que todo lo anterior parezca armonioso, platónico, sin olvidar el reciente spot donde cita el evangelio.

Ahora, ¿cómo esto puede consistir en un engaño? Difícil es separarse de esa idea, aunque uno no participe de las simpatías por las ideas del presidente, o de su persona. El pueblo mexicano no solamente es creyente, sino profundamente religioso. Ya el filósofo mexicano Samuel Ramos sostenía en su obra El perfil del hombre y la cultura en México que mucho antes de la conquista éramos una raza “tan religiosa como la del hombre blanco que venía a dominarla.

Era un terreno muy bien preparado para que la semilla cristiana prendiera en el Nuevo Mundo”. La consecuencia de esto es el idealismo. La primera cara del idealismo es conquistar el pensamiento de los demás, y la segunda hace cometer errores en política. Para contextualizar un poco, decía José Vasconcelos de Francisco Madero que su único pecado era no ser un estadista, sino un apóstol, un verdadero santo “en el poder menos le importaba el triunfo de tal o cual medida que el de la doctrina por la que luchaba”.

Parece que en la actualidad se mostrara cada vez con más fuerza la doctrina de lucha que el espíritu estadista de su discípulo: Andrés Manuel. Según Vasconcelos, la generosidad de Madero fue una de las causas de su caída. Ya no sería la caída de Andrés Manuel, sino de lo que sigue en sus ideas y la posibilidad de conservar las más fuertes.

En diciembre de 2011 publicaba sus Fundamentos para una república amorosa donde indicaba tres puntos rectores para lograrlo: honestidad, justicia y amor. Los dos primeros comienzan a observarse -no sin algunos tropiezos y dificultades-, la honestidad de los gobernantes es fundamental, la justicia comienza a verse en varias esferas de la vida pública. Por supuesto que hay una insistencia del viejo régimen que tiene representantes y opositores al gobierno en los medios de comunicación y fieles feligreses como servidumbre voluntaria, pero sabemos que tienen el encargo de los detentadores del poder anterior. El poder se ha fragmentado, no está muerto. No es aún antiguo porque lo podemos decir: aún está entre nosotros.

Algunos han ensayado la idea que “después de Andrés Manuel” se terminará la aventurada República amorosa. El idealismo es necesario, amar las ideas resulta muy importante en el campo público. Son las ideas las que nos sostienen en el devenir continuo del tiempo, las que nos mantienen ocupados, o también a veces, preocupados.

El problema es que no se trata y nunca se ha tratado de la persona de Andrés Manuel, sino de sus ideas. A pesar de que intenten apuntalarlo día y noche sus adversarios, permanece indemne. Ha sido tarea de los medios de comunicación mantener una cultura ad hominem que termina cazando frasecillas, personalismos, gestos, formas, todo lo superficial, pero no el contenido de sus ideas. Esta idea que señalamos puede convertirse en un problema, no para ellos, sino para los que queremos mantener un cambio, un lazo social, sí con amor, pero no basado en él.

Juan Carlos Monedero decía hace poco en una charla con Álvaro García Linera que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador es ingenuo. Hay que pensar no sólo en los errores cometidos sino en los lugares por dónde nos han atacado. Es sumamente extraño que en política alguien crea en que los seres humanos son buenos por naturaleza.

Más bien, habría que pensar en lo contrario y en la función de la cultura para controlar lo impasible del ser humano. Así lo sentenciaba el psicoanalista Sigmund Freud en su crítica El malestar en la cultura. Decía que la felicidad no está programada para el ser humano y en sus fundamentos prevalece una pulsión de destrucción, lo más originario. No por ello debemos dejar libremente a lo originario, sino estar advertidos de su multiplicidad virulenta y de sus obscuras facetas.

Es una tesis que hay que considerar por varias razones, la primera, la más acechante es la que no deja de insistir y que sigue muy presente en la vida de México: la violencia. La crítica feminista ha señalado que fundamentalmente esa violencia es masculina. Si la cultura es esta creación política de renuncia pulsional, para lo masculino es natural que este elemento siga anclado. Pero no es muy claro para los trámites de la política donde la principal fuerza de ese elemento pulsional de destrucción ha sido la legalidad.

La legalidad funcionó para unir al poder económico con el político. Difícil es entonces apostar por una ética política distinta de la idea del hombre bueno, sino de aquel que buscará la manera de volver a tener el poder para corromperlo todo nuevamente, ¿qué tipo de ética podría ser? Esta misma crítica nos ha enseñado que hay una a considerar: ya no debe ser un “«hombre» bueno”, un ser humano distinto, las mujeres, ¿o es posible pensar en varias éticas posibles?

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