LGBT-fobia, el odio disfrazado de falsa tolerancia que segrega y mata (En la Mira / Héctor Estrada)

Tener que leer o escuchar de manera constante insultos, denostaciones, agresiones y argumentos cargados de odio e ignorancia sobre la orientación sexual e identidad de género no es nada sencillo. Ser homosexual, lesbiana, transexual, bisexual o transgénero en países como México, donde el machismo y la influencia religiosa aún pesan con fuerza, es un acto de valentía y determinación por intentar vivir en plenitud a contra corriente.

Asumirse públicamente LGBT es una determinación que cuesta, afortunadamente cada vez menos. Es una realidad con la que se nace, muchas veces contra la que se lucha y la que finalmente se asume, tras una disputa interna para aceptarse y amarse tal cual se es, ante un mundo listo para señalarte, enjuiciarte y estigmatizarse por algo que simplemente no se decidió y está en esa naturaleza que configura de origen a los seres diversos.

No se equivoquen. La diversidad sexual ha existido a lo largo de la historia. Desde las culturas más ancestrales como los sumerios, los chinos, las civilizaciones prehispánicas y los griegos. Su presencia en los registros históricos (de sustento científico) es tan numerosa y extensa como la humanidad misma. Su existencia es incluso más antigua que los dogmas religiosos responsables de satanizarla, estigmatizarla y condenarla. Tal como sucedió como otros sectores poblacionales que ponían en riesgo la hegemonía patriarcal de los liderazgos religiosos.

Para nada se trata de una moda, sino de un nutrido grupo poblacional que ha perdido el miedo; que ha dejado de sentirse avergonzado de ser como es; que está dispuesto a salir de las sombras donde muchos preferirían verlos atemorizados; que está dispuesto a salir a defender su libertad y exigir sus derechos, aunque se vaya de por medio la tranquilidad, la seguridad, la afinidad de seres amados y, en varios de los casos, la vida misma.

Y de verdad que no es una exageración. Según la Comisión Ciudadana de Crímenes de Odio por Homofobia, entre 2013 y 2018 en México fueron asesinados 473 jóvenes homosexuales y mujeres transexuales. Con lo que seguimos ocupando el segundo lugar en crímenes de odio por homofobia en América Latina.

Entre el 51 y 65 por ciento de quienes respondieron a la Encuesta sobre Discriminación por Motivos de Orientación Sexual e Identidad de Género 2018, señaló haber sido discriminado para obtener un trabajo o un ascenso. Y es quizá por eso que el 56% de las personas de la diversidad en el ámbito laboral, no expresan abiertamente su preferencia sexual, según reporta la Alianza por la Diversidad e Inclusión Laboral en su última encuesta.

El estudio “El Consumidor LGBT+ mexicano” de Nielsen México”, arrojó que el 40% de los encuestados ha sufrido alguna agresión verbal o física por su orientación sexual o identidad de género; y que el 56% de la población heterosexual sigue mostrando rechazo público o violento hacia las personas de la diversidad.

De acuerdo con el Informe de Crímenes de Odio contra Personas LGBT en México, durante la pandemia –que ha exacerbado las desigualdades sociales prevalecientes en nuestro país– las personas lesbianas, gay, bisexuales y trans, víctimas de violencia y discriminación por su orientación sexual, expresión o identidad de género, se han visto gravemente afectadas. Su acceso a la justicia y a la protección ha sido poco o nulo.

Tan sólo durante 2020, según los registros de las organizaciones integrantes del Observatorio Nacional de Crímenes contra Personas LGBT, en diez entidades (Baja California, Chihuahua, Ciudad de México, Coahuila, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Nuevo León, Puebla y Veracruz) se reportaron 43 asesinatos, y la Ciudad de México fue donde más casos ocurrieron.

Lamentablemente en México no hay un registro oficial sobre los crímenes de odio por motivos de orientación sexual o identidad de género, por lo que el trabajo del Observatorio Nacional es de gran relevancia y resulta necesario señalar, además, que por cada registro hay tres casos que quedan invisibilizados.

La existencia de un Estado débil, manipulable y sometido a grupos religiosos, capaces de condicionar votos para sostener sus privilegios, mantiene en pleno siglo XXI a un importante grupo de la población en el rezago y la vulnerabilidad en lo que respecta a la protección y aplicación efectiva de sus Derechos Humanos. El Estado ha sido omiso en sus obligaciones y eso ha sido causa del complicado escenario que hoy se vive.

De nada sirven las garantías constitucionales de Estado laico, no discriminación e igualdad ante la ley o los tratados internacionales firmados por nuestro país, mientras sigan siendo utilizadas sólo como elemento de negociación política dentro de los tres “Poderes de la Unión”. Las marchas, manifestaciones y luchas sociales serían realmente innecesarias si el Estado cumpliera sus obligaciones de ley. Pero no es así.

La violación a los Derechos Humanos de la población LGBT es sistemática. Es un odio o repulsión disfrazado de falsa tolerancia, que asegura respetar dicha condición mientras se mantenga invisible a la “normalidad cotidiana”. La clase política se ha vuelto cómplice de la segregación, dispuesta a ignorar su responsabilidad legislativa y ser expuesta ante las últimas instancias jurisdiccionales con tal de no reconocer derechos que podrían restarle votos a la hora de saltar nuevos cargos públicos.

Las luchas sociales no son sencillas. Duelen, cuestan e incomodan, sobre todo a quienes se sienten dueños de la verdad absoluta. A quienes están dispuestos a pelear para impedir que los diferentes accedan a sus mismos derechos y sus concepciones de vida pesen incluso sobre quienes piensan distinto. La convivencia humana se sustenta precisamente en el respeto a las diferencias, como parte de la naturaleza misma, donde todas y todos tengan derecho a ser, amar y vivir con dignidad… así las cosas.

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