Es importante hacer saber que todo sufrimiento «psíquico»/ (o del alma, cómo gusten) debe de ser valorado, pero en esto hay diversas formas de hacerlo. El caso reciente ilustra una modalidad política pura, y esto no quiere decir que el cuidado de la salud mental no sea político, sino que su orientación debe darse por la ética del sufrimiento humano.
Los seres humanos padecemos básicamente de palabras, y es por la misma palabra por la que nos curamos. La psicoterapia no es la única manera. Existen varios dispositivos sociales y clínicos que nos ayudan a darle trámite a esas palabras que nos han enfermado. Esto quiere decir que es posible alcanzar distintas formas de hacernos sentir bien y mejorar como humanos.
Lo importante del suceso es que debe de visibilizar la necesidad de darse a escuchar, pero de la población hacia quienes se dedican a eso, no darse a mostrar escuchando en una mera pose. Las hijas e hijos de las psicólogas y psicólogos preguntan «¿En qué trabajas?» a sus padres. Lo que contestamos es que nos dedicamos justamente a escuchar a las demás personas. Escuchar no es un acto pasivo, sino uno activo y ético fundamentalmente.
Ahora, la dificultad de la población es precisamente que hemos dejado de creer en el poder de las palabras, olvidando que nuestra alma está hecha de ese modo. Todos hemos advertido que con unas palabras nos podemos dejar caer al más profundo abismo, mientras que con otras podemos ascender a la más digna imagen de nosotros mismos o simplemente obtener algo de tranquilidad.
Por lo tanto, el dolor del alma debe de tener una dignidad propia, un lugar especial para hacerlo. Y aquí viene el tema «psicológico», ¿por qué cobrar por ello? La respuesta está en la vida diaria, en la cotidianidad, en el hecho de compartirnos con los demás, ¿qué pasa con aquellos a quienes le tenemos la más alta confianza? Lo más seguro es que le tengamos un afecto por ello y que tengamos que «retribuir» eso de alguna manera. El mejor de los casos es que resulte una de las amistades más preciadas. Pero sucede que no podemos contar todo ni siquiera a los mejores amigos y tampoco podemos estar agradecidos continuamente o pedir su tiempo constante para nosotros.
En las amistades, por ser uno de los mejores casos a quienes podemos confiarle nuestra alma, sucede la traición. Hay otros lugares tradicionales como el de los sacerdotes que nos ayudan en algunos casos. Ahí se paga con rezos y oraciones. Lo que sucede es que difícilmente valoramos algo gratuito porque lo asociamos a un mundo donde todo tiene un precio. Pero nuestro Estado debe en realidad brindar ese servicio de manera gratuita «pagando» a los psicólogos encargados de ello. Sin embargo, sucede que los escasos servicios de salud mental en Chiapas están sobresaturados, con una incapacidad de atender a toda nuestra población. Y, por otro lado, no valoramos nuestra propia naturaleza humana al tener que hablar para volver a orientarnos. Preferimos sufrir o ser felices a costa de pensar seriamente qué es lo que nos pasa, es decir, no nos decidimos a analizar nuestra vida para que realmente merezca ser vivida.
En resumen, pagar por saber vivir es lo mínimo que el Estado debe de hacer por todos. El derecho a la salud mental debe de ser realmente público y no prestarse a situaciones políticas o para ganar un indiferente «me gusta». Mientras tanto, el servicio a la salud mental privada es apenas un gran esfuerzo para contribuir a la salud social en general. En estos tiempos, aún, pagar por ocuparnos de nosotros mismos parece algo sin utilidad, porque justamente la tranquilidad nos hace desear lo necesario y lo que no necesitamos es hacer sufrir. Las enfermedades físicas casi siempre hunden al sujeto portador, mientras que el dolor del alma hunde por generaciones a todos nuestros hijos.
¡La salud mental es prioridad!
¡Haz una cita!
¡Habla!
Erwin López
Psicoanalista